sábado, 20 de diciembre de 2014

En el dolor, hermanas (historias hospitalarias)

Allá por Setiembre del 2014 no me sentía muy bien. Como parte del trabajo, fui parte de un evento en Londres al cual tuve que asistir. El fin de semana antes del viaje en tren, me indigesté. Pensé que me había regresado la esofaguitis que tuve por el 2011, así que empecé a tomar Gaviscon al pasto. No comí casi nada en la cena del evento - que por cierto Rick Astley asistió y cantó, RICKROLLEADA EN VIVO. 

Me pasó, seguí mi vida, pero cada vez el dolor empeoraba y se volvía constante. Un día no aguanté más en el trabajo y tuve que safar volando. El dolor insoportable y en medio de reuniones todo el día. Al par de días fui al doctor, me sacaron análisis, me mandaron a mi casa pero como era caso urgente, me llamaron para decirme que haga una maleta, que me estaban esperando en el hospital. Así de claro.

En el hospital esperé, me revisaron, me dijeron que tenía que pasar la noche. De ahí empezó mi suplicio.

Lo que sigue lo escribí en un cuadernito que cargaba en mi bolsa entre mediados de Octubre a principios de Noviembre del 2014 que estuve internada en el hospital por primera vez:

Faltar al trabajo porque una está maluca: Normal.
Faltar al trabajo para hacerse análisis: Normal pues.
Faltar al trabajo porque el doctor te llama personalmente para decirte que tienes que ir directamente al hospital: Preocupante.

Se puede ver tele gratis en las mañanas y puedes comprar paquetes de cable para ver películas que POR SUPUESTO hice para no aburrirme en mis horas de insomnio.
Sin embargo dentro de la incertidumbre de los exámenes y ultrasonidos, se forja una especie de fraternidad de dolores y achaques entre la gente del cuarto - hay 6 camas acá, sólo una libre. Experiencias bajo ecografías y endoscopías, esa complicidad bajo el dolor y la codeína que hacen que la cosa se haga mas llevadera. Claro que dentro de la camaradería se esconden los preocupantes diagnósticos y las visitas de familiares preocupados que se sientan alrededor de una sin saber qué hacer o decir.

Dentro de todo, puedo decir que de momento, si bien estoy en el limbo del diagnóstico final, no estoy tan mal como mis compañeras. Sin embargo mi recibimiento pudo haber sido mejor. Llegué en silla de ruedas - cansada y adolorida - a una recepción a altas horas de la noche donde las enfermeras estaban demasiado ocupadas. No se dieron ni el tiempo de pensar qué hacían conmigo. Una dijo a la otra "Nos han mandado a otra, dónde la vamos a meter...". Fue un momento en el que me sentía vulnerable y me chocó mucho. Me sorprendió del staff de la NHS.

Ahí se acabó. Seguro me dió sueño y no terminé de escribir. Esta estancia la recuerdo dentro de todo con buen humor porque mis compañeras de cuarto eran un MATE DE RISA. Especialmente la que estaba en la cama frente a mi. Era un caso, su familia era otro caso y con la que iba a su costado hicimos buenas migas y parecía que estábamos en pijama party. Hablando hasta las altas horas de la noche, rajando de las que no hablaban, compartiendo revistas y metiéndole lora a los enfermeros de turno.

Finalmente me diagnosticaron un bloqueo del ducto biliar, el cual hacía que presentara síntomas de piedras en la vesícula y niveles preocupantemente altos de bilirrubina sin que se pudiera ver en una ecografía. Tuvieron que meterme a una máquina de tomografía para poder ver el detalle. Ahí estaba el detalle.

Tuve un procedimiento en el cual me desbloquearon el ducto, bajo sedativos sin estar completamente anestesiada y terminé siendo parte de ese bajo porcentaje que presentan complicaciones. Tuve ese procedimiento un jueves en la mañana, en la tarde ya estaba en mi casa. El viernes no me sentía bien, y para el sábado por la mañana ya me había desvanecido en mi casa, así que tuve que correr a emergencia. En esencia perdí sangre. Tanto así que tuvieron que dejarme de nuevo en el hospital, en observación y con transfusión de sangre de 2 unidades. Ahí conocí a otro grupo de mujeres con mis mismos síntomas, mismos dolores y mismos buenos humores de pasarla al menos lo mejor que se pudiera.

De una señora no me olvidaré jamás. Estaba amarilla amarilla. No muy conversadora, pero muy amable y comentando los acontecimientos del día. En eso llega el cirujano a decirle (con las cortinas cerradas obviamente) que tenía un tumor canceroso en el páncreas inoperable y que lo sentía mucho pero lo único que le podían ofrecer eran tratamientos paliativos. Ella preguntó cuánto tiempo tenía y le dijo seis meses.

Seis meses que pueden ser mas largos o mas cortos de lo esperado. Seis meses para cerrar todos los capítulos de tu vida y ser la fuerte para que la familia y los amigos no sientan la pérdida. 

Cuando me dieron el alta, me despedí de todas y especialmente de ella. No sabía que decirle, le solté una banalidad pero igual al final nos sonreímos. Cuando ella les contó a sus visitas lo que le dijeron, ella fue la que los consoló a todos. Ella se encargó de abrazarlos y decirles que todo iba a estar bien y que no se preocuparan, que ella había hecho todo lo que había querido en su vida.

Siempre pensaré en ella, en lo rápido que se la va la vida a uno y lo importante que es en no dejar pasar los días sin haber hecho algo memorable para uno. Por más pequeño que sea. 

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